Hay algo peor que ver a un lobo: es ver a un lobo metido en la piel de un cordero. Y como he notado entre mis allegados a varios que pertenecen a esta casta, expondré el fenómeno a continuación, para advertir gratuita y desinteresadamente a quienes no conocen la problemática, aunque ello me provoque animadversión entre los ofendidos:
El narcotráfico y la trata de blancas son problemas de poca monta comparados con la mafia de los pseudo líderes humanitarios, porque mientras aquellos son quistes sociales visibles, o al menos identificables, estos son el fruto de una corrupción social invisible que se anida en el centro de las decisiones de los pueblos. Estas fraternidades son las que debilitan el progreso y la justicia de las naciones porque su objetivo no es generar un impacto trascendental y positivo en la sociedad sino vivir a costa de las grandes reivindicaciones humanas, muy semejante a lo que ocurre con los pseudo líderes religiosos que viven a costa de la fe.
Existen diversos caldos de cultivo de las mafias humanitarias: las organizaciones no gubernamentales, las embajadas, cancillerías, consulados, hasta llegar a los organismos supranacionales, entidades internacionales de derecho público. Esto no es nada nuevo en el mundo. Se ha conocido de grandes escándalos de corrupción que han inspirado algún número de documentales y películas. Sin embargo, en países como el nuestro la gente ignora completamente este fenómeno; dicha ignorancia es precisamente la que preserva su existencia.
¿De qué estoy hablando? Hablo de los que viven de la cooperación internacional, que se costean sus dietas, sus viajes y sus lujos con los recursos que se recogen en nombre de la asistencia humanitaria, en nombre de las luchas contra las grandes desigualdades del mundo; hablo de los que asisten a cumbres de dos días con vacaciones de dos semanas y se rasgan las vestiduras frente a los medios de comunicación como paladines de la justicia. Es gente extremadamente astuta que sabe que no hay nada más rentable que cobrar por vender esperanzas, son una fachada, una burocracia emparentada con los gobiernos. No se sabe nunca qué tanto hacen, lo cierto es que la realidad por la que dicen luchar no cambia ni un ápice, lo único que cambia es el estilo de vida de los que se logran incorporar a este mundo de privilegios.
Su trabajo se resume en tomarse fotografías con inmigrantes, refugiados, gente pobre, grupos LGTB, mujeres, niños con cáncer, niños con desnutrición, personas con capacidades especiales y todo lo que pueda conmover los ojos de los que los miran. Son una especie de superhéroes de etiqueta que viven de hacer “película documental”. Hoy los ves posando con la señora que hace tortillas en una comunidad marginal y mañana ebrios en algún bar fino o en una discoteca para gente con clase. Ayer apenas les alcanzaba para el alquiler, hoy no se sabe si van a un congreso o a una pasarela de moda. Les encantan las luchas semánticas tanto como les encanta viajar porque no hay nada más fácil que librar una guerra sangrienta contra todos los vocablos del diccionario que les parezca tienen algún dejo de discriminación, no hay nada más cómodo que hacerse el ofendido en twitter, escribiendo indignado en el ordenador con un frappé en el escritorio y dos ventanas de agencias de viajes en el buscador; es una forma sencilla de ponerse la capa contra los perversos y salir cabalgando como el Quijote vencedores de los molinos de viento que diseñaron para seguir viviendo como “caballeros andantes”. Son la incongruencia personificada.
Los que yo conozco responden al perfil psicológico de los hombres y mujeres narcisistas y megalómanos con necesidades inusitadas de protagonismo que abundan hoy día y que usualmente tienen aspiraciones políticas. Se presentan ante la sociedad como promesas de redención y no son capaces de redimirse a sí mismos de sus propias contradicciones.