¡A quién no le gustan las películas de Cantinflas! Un día de estos veía el discurso de la burocracia en la película “El Ministro y Yo” e inmediatamente me acordé de uno igualmente célebre en “Si yo Fuera Diputado”. Me quedé reflexionando un rato y me dije: “¡hombre!, ¿por qué Cantinflas no fue Presidente de México si daba semejantes discursos?” Estando en ese trance del sueño en que ya la lucidez abandona al cuerpo, todavía pensé: “si Vicente Fernández es el ‘Hijo del Pueblo’ y abarrota el Estadio Azteca, ¿por qué nunca ha sido presidente de México?”
Cuando desperté –porque, me lo crea o no, despertar es difícil- caí en la cuenta de que Cantinflas era actor y Vicente Fernández, cantante. Sí. Así es. Aunque usted no lo crea. Aunque le parezca que semejante conclusión no es digna de una columna editorial en el periódico. Tendré que recordarle que esta obviedad nos traiciona: que los guatemaltecos sufren a un humorista, que nosotros sufrimos ya a un comentarista deportivo, que los venezolanos están sufriendo haber votado por un chofer bajo los augurios de un pajarito y que Peña Nieto ganó las elecciones “gracias a su aires de actor de telenovela mexicana” (todo mi respeto para quienes se dedican a estas profesiones, no es ese el punto).
Los latinoamericanos, y los salvadoreños particularmente, aún no comprendemos que las elecciones no son certámenes de popularidad, que las campañas políticas no son el lanzamiento de un disco, el tráiler de una película o un partido de fútbol. Si así fuera, Mister Bean sería primer Ministro británico, Maluma sería presidente de Colombia y el Mágico González, monarca de El Salvador, y todos viviríamos de la risa, el reguetón y los pelotazos. Si este país está sumido en la depresión social es porque los ciudadanos no nos estamos tomando en serio nuestras responsabilidades políticas (prueba de ello, los últimos mandatarios) y hemos puesto el valor del espectáculo por encima del valor de la realidad: la gente se muere sin dignidad en los hospitales públicos mientras nosotros aplaudimos a un hombre inmaduro que se sube al Tagadá y hace retos con la Choly; los jóvenes se están muriendo a manos de la delincuencia mientras nosotros aplaudimos a un hombre inmaduro, célebre por sus calcetines, que ha ofrecido un aeropuerto en Oriente, dos centrales nucleares en la Isla Conejo, una base espacial en Júpiter y un área 51 para encuentros del tercer tipo.
¿Quiere tener un buen empleo, vivir en un país seguro, con jóvenes que reciban educación de primer mundo, gozar de una economía pujante y de servicios públicos de calidad? Comience por asumir su responsabilidad política e internalizar que el gobierno no es farándula; que para dirigir un país en circunstancias tan críticas se precisa de hombres y mujeres que hayan dedicado su vida entera a comprender y ofrecer soluciones a los problemas de El Salvador y que tengan claro que este país no crecerá poniendo fuentecitas y lucecitas en los parques. Desgraciadamente esta no es una obra de teatro, el drama que vivimos a diario los salvadoreños es real y no se resuelve a puras transmisiones de Facebook desde la silla del emperador Bonaparte. Cantinflas sabía que en una película se puede ser torero, policía, peluquero, sacristán, bombero, cartero, agente secreto, diputado y hasta se puede dirigir una orquesta sinfónica sin ensayar, pero en la realidad –y que sean mis testigos quienes profesan estos oficios- como diría Goethe, cada uno es “al fin y al cabo lo que es” y no lo que pretende ser. Gobernar un país precisa estadistas, no populistas. Quien piense que prefiere tener un inepto honesto en el gobierno que un ladrón hábil, lo invito a que no sea tan pesimista. No se trata de decidir entre el cadalso y la picota. La Constitución es clara. De un candidato presidencial se requieren dos cosas nomás: “moralidad e instrucción notorias”.