Manual para derrocar a un tirano

Ningún tirano emerge de la sociedad por generación espontánea, emerge del huevecillo de la descomposición social como emerge la larva de la carne putrefacta, como emerge el palabrero del barrio y el extorsionista del mercado; pero nunca son la causa de ésta descomposición social sino sus síntomas más visibles. El tirano surge de la ‘barbarie’ como surge el moho de la humedad: gracias a la fertilidad del terreno. Si la civilización representa el “progreso material, social, cultural y político” de una sociedad, la barbarie representa su rezago. ¿Acaso no es bárbaro un pueblo que ve a su juventud como tilapias, criaturas inconscientes que se cultivan masivamente en estanques para luego alimentarse impíamente del sudor y la sangre que a diario derraman; un pueblo que transpira odio de clases, que menosprecia el valor de las leyes y resuelve los conflictos mediante la venganza privada y al margen de sus instituciones; un pueblo que usa el poder político para proscribir a las minorías; un pueblo que degüella al prójimo en una finca y lanza sus vísceras al río como a una res en el rastro municipal; un pueblo que no se conduele del sufrimiento de los niños tragafuegos en los semáforos, de los mendigos en los pasos a desnivel, de las champas en las líneas del ferrocarril, que humilla a los pobres; un pueblo que satisface su morbo aplaudiendo las diatribas circenses de sus políticos, que no conoce el humanismo y que ha borrado de su diccionario la palabra “dignidad” para poder malinterpretar las leyes impunemente.

Pretender que se puede debilitar a un tirano sin destruir las causas que lo llevaron al poder es tan absurdo como pretender acabar con la maleza podándola con tijeras de jardín. Nos sobrarán caudillos ególatras dispuestos a enquistarse en el poder mientras sigamos atrapados en la caverna platónica del oscurantismo: en este culto a la ignorancia y la superstición, en este menosprecio al arte, la cultura, la filosofía, el derecho, la ética, y a todo aquél acervo de saberes que transforman al mamífero en hombre. Pretender que basta mejorar los indicadores macroeconómicos y repartir Nido Crecimiento y pelotillas de plástico en las comunidades marginales para alcanzar la anhelada civilización es tan ridículo como pretender que un chimpancé aprende el castellano a pura inyección de neurobión y vitaminas, (pese a que los chimpancés son bastante civilizados como para no matarse a machetazos). Mientras los detentadores del poder se limiten a concebir el bienestar de sus semejantes como el alivio de sus necesidades materiales, y hagan aquelarre con su dignidad y les nieguen la sabiduría humanística más elemental, El Salvador seguirá siendo una selva de hormigón y concreto, un río revuelto donde la clase política hace su agosto con el enfrentamiento social.

En una sociedad en la que el Estado y los medios de comunicación ostentan el monopolio de la hipnosis popular, embotan su conciencia y le inoculan toda suerte de prejuicios, los círculos académicos surgidos del seno de la sociedad son la única vía de organización intelectual para la erradicación de la barbarie. Decía el padre de la Psicología de Masas, Gustave Le Bon, que “los eventos memorables de la Historia son los efectos visibles de los invisibles cambios en el pensamiento humano”, es decir que toda revolución social va precedida por un cambio radical en los paradigmas de los individuos. Es por eso que los problemas que aquejan a este país no los resolverá una gavilla de oportunistas con chalecos variopintos vendiendo discursos de la guerra fría, los resolverán nuestros referentes éticos e intelectuales cuando se organicen, estudien y promuevan los nuevos paradigmas de transformación social a través de la difusión de los saberes humanos, repartiendo el antídoto contra la sociedad de la estupidez y el resentimiento. ¿Podría una tiranía someter a un pueblo constituido por ciudadanos libres, dignos, educados, solidarios y humanos? Pa’ luego es tarde.