Tú no sabes lo difícil que es encontrar una sonrisa transparente y pura, no sabes cuánto tiempo he gastado recorriendo pasillos, escaleras, salones, aceras, cafeterías, tiendas y caminos sin encontrar rastro alguno de inocencia, con la esperanza tan débil como la llama de un sirio, con la ansiedad del que espera encontrar una razón para amar la vida, como el sediento que se arrastra en medio del desierto esperando un milagro, como el condenado que espera al pie del patíbulo que se pudra la soga. Tú no sabes lo difícil que es encontrar un suelo fértil donde plantar la semilla del amor, lo difícil que es distinguir la verdad del espejismo, huir de la mirada que te hace creer que hay algo valioso en un montón de arena.
Y luego apareces tú, alegre como las tórtolas que se salpican las plumas a la orilla de las fuentes, riendo a carcajadas con el eco de las arpas e inundando de luz mis párpados cansados. Apareces rasgando la oscuridad como la luz de un relámpago, como la llovizna que promete desterrar la sequía de las tierras agrietadas, como la sombra del alerce bajo la insolación de un sol de abril, apareces ante mí como una gitana agitando las manos en el aire, vestida con el rojo del cielo de las tardes, pálida como la flor del lirio y el jazmín con un ligero rubor de granada en los labios. Apareces tú, erguida ante las demás como una virgen de mármol, con la mirada perdida en algún rincón celeste del universo y las manos tendidas hacia mí cual si leyeras en mis ojos que agoniza mi fe; como la brisa de la primavera sacudiendo el centeno que dormía en los prados y los sauces inclinados a la orilla de un arroyo; como la niña inquieta que escandaliza la nave entera de la catedral con su voz de ángel, haciendo vibrar los cristales coloridos de los vitrales. Apareces tú, con la sonrisa cálida, espontánea como una ola, dulce como el rasgueo de un laúd, mezcla de timidez y temeridad, de inocencia y malicia, de duda y certeza, de esperanza y desesperación, de cordura y delirio, bebida que enturbia la sed y que enloquece el juicio, juventud teñida de infancia… Oh, tú, la más afortunada de mis casualidades, ¿no ves que estamos atados inevitablemente como la necesidad a su satisfacción?