¿Conque muy exitoso el Plan de Control Territorial? ¿Bastaba con pasar peinando los techos de las casas con un par de helicópteros para que al despuntar el alba cesaran los homicidios y la paz volviera a El Salvador envuelta con la niebla matinal y los primeros destellos del día? ¿Es tal el poder de la sacra unción del monarca que pudo por vocación divina poner fin en cien días a la peste de la violencia que nos ha fustigado por décadas? ¿O es que me quieren ver la cara de sandio contándome la historia de Pepito en Ciudad Gótica? Puedo vaticinar, con absoluta certeza, que el plan de seguridad del gobierno es un fracaso tan atroz que solo podrá ser defendido con atroz cinismo. ¿Cuánto hay que esperar para advertir el fracaso? Pues lo mismo que tarda el mediocre en acabarse las excusas y el ingenuo en dejar de creerlas.
Las políticas criminales cuyo enfoque primordial es la represión, son parches que no solucionan el problema, solo lo mitigan temporalmente. Basta usar la lógica convencional para enterarse de que la paz no se consigue a la fuerza, como no se consigue respeto faltando el respeto, ni amor incitando al odio, ni armonía incitando al conflicto, ni salud inoculando ponzoña. Esa brutal creencia oscurantista de que el mal solo se puede expiar a través de los vejámenes y los castigos; ese morbo de aclamar como justicia a lo que no es más que venganza, es la razón de nuestros sucesivos fracasos. Es una prueba insigne de ignorancia sobre la naturaleza humana creer que la violencia y la delincuencia se pueden reducir a través de la represión, como si la conducta del hombre cambiara mediante el miedo y la fuerza, y no mediante la convicción.
Con tantos años de mano dura, súper dura, acalambrada y tiesa, no hemos logrado sino que la violencia crezca, y que los períodos de tregua sean solo un efecto efímero al servicio de coyunturas electorales. El pueblo tiene derecho a saber que son precisamente la represión y el soborno los recursos que ocupan los gobiernos que quieren obtener resultados mágicos instantáneos; esos mismos que no pretenden resolver los problemas, sino aparentar que los han resuelto.
¿Es que acaso se puede conseguir realmente la paz gobernando mediante el enfrentamiento social, fomentando el odio hacia las minorías disidentes, amenazando e insultando, coartando la libertad de expresión, la libertad de prensa, promoviendo la prepotencia y el irrespeto a las leyes y las instituciones? ¿Es realmente posible alcanzar la paz con el látigo en la mano, echándole la culpa de todo a todo el mundo menos al que elegimos para asumirla? ¿Es posible conseguir la paz premiando la ineptitud, la corrupción y el nepotismo, como claramente ha sucedido en la administración que transcurre? Es que el gobierno de turno parece no entender que la paz consiste en respetar el derecho ajeno, y no en atentar contra el mismo. Parece, pues, que el presidente no actúa sino como el mendigo del semáforo que se ve forzado a apagar, una y otra vez, el fuego que con su misma boca escupe.
Exigir con rabia la venganza hacia los que hemos calificado antojadizamente como “enemigos del pueblo”, no resuelve el problema de la violencia. Al contrario, lo encona, como se encona la herida que se manosea y la piel que se rasca para aliviar la comezón. No veo que se les reconozca dignidad a los reos en su hacinamiento en los centros penales; no veo que se les respeten las garantías fundamentales a los detenidos, quienes son exhibidos como trofeos de caza ante los medios de comunicación. ¿Acaso podemos esperar humanismo de aquellos a quienes inhumanamente degradamos?
Señor Presidente, no se puede volar muy alto con alas de cera, gobernando solamente a base de publicidad y apariencia. Como Ícaro se desploma quien pretende aparecer como divinidad frente a un pueblo que más temprano que tarde habrá de exigir milagros.