A centavo el verso

La gente subestima la poesía por ser poco pragmática; piensa que los madrigales y los sonetos son unas cuantas palabras apretadas en una columna con cintura; que la ciencia de los versos está en la métrica, que la grandeza del arte está en el orden, la armonía y el concierto. La gente cree que es inútil desperdiciar dos horas retraídos sobre una hoja en blanco, y que es estúpido ver a un hombre escribiendo sobre una servilleta. La gente piensa que la poesía es una desgracia; que es el oficio del paria, el ocio de los que navegan sobre lo intrascendental, la calamidad de ver gemir a la misma tristeza; que la poesía es la radiografía de las almas quebrantadas; que no es rentable; que no es útil; que no es lógica; que no da fama; que no da gloria. La gente piensa que la poesía es el pasatiempo del aristócrata que se hartó de hacer lo correcto y que se desvía adrede por los senderos del mundo movido por la curiosidad de experimentar algo que se supone que debe ser grande. ¡Quién da un céntimo por unos cuántos versos! Vamos con la cara petulante a enfrentarnos a los estantes de las librerías fingiendo un desbordante criterio, haciendo retazos con nuestras ropas mientras elogiamos a aquél insigne pensador, -porque es lo que se hace con la gente insigne, seguirla en busca de nuestro propio siglo de las luces- pero cuando pasamos frente al mendigo dejando las monedas, hinchados con el aire de las alturas, desdeñamos el cuadro por el que Murillo habría hecho jirones sus ropas, cuando arrasamos con paso violento con todas las palomas de la catedral para oír la misa deshacemos el lienzo que colocara Dios a las puertas de su propia casa.
¿Qué cree usted que lee? ¿Qué cree que ve? La poesía no está en los libros, la literatura no son un montón de páginas amarillentas debajo del brazo; la literatura no son citas con pensamientos exquisitos; la poesía, el arte, no es un objeto de estudio, no es una presea más por colocar en las refinadas mentes de los estudiantes, la poesía no es esa meretriz con la que todos se acuestan para engendrar un prolífico ejército de endecasílabos –todo sea por la gloria inmortal de llamarse poeta- la poesía es modestia, la poesía está en el barro en que se clavan unos ojos grises, la poesía es un grito de nuestra forma de ser, es la expresión luminosa del alma, la poesía es la manifestación de la libertad, de la sensibilidad, la poesía está en el aire que respira, en sus paseos nocturnos, en las miradas que intercambiaba esta tarde con la vecina, en el rencor que se apoderó de su sangre cuando escuchaba a un político de pacotilla recitando su jerga de doscientas palabras; la poesía está en la rebeldía que enerva la sangre de la juventud, es la energía que impulsa las revoluciones; la poesía es valor ante la incertidumbre, el coraje ante la adversidad, la poesía es el amor que cristaliza nuestras pupilas, es la rabia, el caos, el silencio; la poesía no está en los estantes, la poesía no se lee, se vive. La poesía es el viento que golpea nuestras narices cuando queremos ser calculadoras, cuando queremos fingir equilibrio, estabilidad, perfección. La poesía, amigos míos, es lo que diferencia al hombre de las máquinas.
Por eso, y solo por eso, tome un maldito lápiz, un pincel, un aerosol o un cincel, o arranque la tierra con las manos o dibuje con sus dedos sobre la arena… y diga lo que su alma quiere decir. La humanidad se lo agradecerá.