Haga el siguiente ejercicio mental: imagínese a un pandillero.
Usted se ha imaginado a un hombre alto, rubio, viste ropa de diseñador, usa Dior, se dirige al trabajo en su Mercedes, vive en Santa Elena, se crió con sus dos padres, se recibió en Standford y va los fines de semana a jugar golf al Encanto. ¿He acertado? Claro que no, usted se ha imaginado a un hombre de estatura media, piel morena o trigueña tostada por el sol, rasgos indígenas o mestizos, sin camisa, rapado, sucio, tatuajes verdiazules hechos con tinta de lapicero, arrugas en los ojos, pantalones flojos del mercado, bóxer de a tres por el dólar, zapatos tenis, no tiene empleo o es de hambre, vive en un barrio marginal o pobre, o en la periferia de la ciudad; abandonó la educación básica en una escuela pública; y no tiene para pagar el coyote. En fin, usted se ha imaginado al arquetipo del hombre pobre marginado por su familia, por su circulo social y por el estado que acabó por descargar las frustraciones de una existencia sin porvenir en la sangre de sus vecinos.
Al pandillero no se lo procesa por Peculado, Enriquecimiento Ilícito, Estafa, Evasión Fiscal, por delitos mercantiles o por lavar cantidades millonarias de dinero para su beneficio personal; no ves llegar a su familia al penal en camionetas blindadas; ves gente pobre del interior del país asoleándose afuera de los portones y preguntando a los vigilantes qué dice el papel que le dieron en el juzgado. Al pandillero se lo procesa por posesión y tenencia de droga, hurto, robo, extorsión, lesiones, homicidios que tienen motivaciones económicas o disputas territoriales, feminicidios, violaciones y delitos semejantes. Para el pandillero la vida y la dignidad del prójimo vale tan poco como la propia; privado del Minimum Vital que acuñara don Alberto Masferrer, acaba en la degeneración y el bestialismo. Nunca ha recibido atención psicológica o psiquiátrica y, en general, no sabe lo que es que le acomoden la silla en un restaurante o viajar a Disneylandia. El pandillero es esa víctima de la descomposición social que se convierte en victimaria instigada por una sed inconsciente de venganza contra una sociedad que lo ha humillado, y de la que usted y yo somos parte y tenemos responsabilidad. El pandillero es el síntoma de la desigualdad, del egoísmo humano; es ese niño desvalido víctima del alcoholismo, la prostitución y el hambre, que vende pan, traga fuego, vende chicles o limpia parabrisas en el semáforo, que no pudo razonar las consecuencias de sus actos con la lucidez de Kant o Descartes a quienes jamás ha oído mencionar; que nunca pudo elegir ser médico, escritor o astronauta, y cuya única escapatoria a la realidad la encontró en la pega y la marihuana, sedantes para aliviar el tedio existencial.
Si usted, harto de tantas muertes, prefiere darles el golpe de gracia y mandarlos ejecutar en el paredón o en la silla eléctrica es simplemente porque desea lavarse las manos, evadir la responsabilidad que le corresponde por haber permitido que seres humanos con igual derecho a la felicidad que usted, que viven en la precariedad y el hacinamiento, que beben agua contaminada con plomo, que tienen madres y hermanas ultrajadas, padres e hijos desaparecidos, hayan desviado su camino. En esta sociedad enferma por el odio, usted no es muy distinto del pandillero si piensa que la solución a sus problemas es aniquilar al otro, y que puede burlar los mandamientos de Dios convirtiendo al estado en un sicariato institucional… Y entonces, después de haber parido en redes sociales sus sesudas y genocidas políticas de seguridad, va a la iglesia el fin de semana a pedirle Dios que le perdone sus ofensas, así como usted ha perdonado a quienes lo ofendieron.
¿Quién no tiene un ser querido a quien llorar porque se lo arrebataron las pandillas? Pero, ¿es acaso la ira y la impotencia una justificación para deformar la justicia y convertirla en venganza? Aproveche la Semana Santa para exorcizarse, y cuando vea el crucifijo pregúntese por qué Cristo no pidió a su Padre que se vengara de quienes lo asesinaron. Sáquele provecho a la iglesia que tiene en cada cuadra.