¿Aprueba al presidente? ¿Con qué solvencia?

Aureliano Buendía se admiró al contemplar el hielo por primera vez. Los habitantes de Macondo se sorprendían al ver a Melquíades atraer objetos con un lingote de hierro. El primero no sabía nada sobre los estados de la materia, los otros, no sabían nada de electromagnetismo… Y es que tengo que confesarle una verdad amarga, pero necesaria: su facilidad para impresionarse es inversamente proporcional a sus conocimientos. Entre menos usted sabe, se sorprende más fácilmente. Si está maravillado con el desempeño de este gobierno, preocúpese: es un claro indicador de que no sabe absolutamente nada sobre la administración del Estado. Si a usted le parece que las actuaciones presidenciales son apegadas a la ley y a la justicia, preocúpese: porque carece hasta de las nociones jurídicas más elementales; y aunque ser ignorante no es un pecado, ignorar que lo somos sí que lo es. Es pecado pretender que poseemos la autoridad científica para hacer prevalecer nuestra opinión sobre algo que realmente no sabemos. A ese pecado se le llama soberbia.

Si usted va a comprar un auto y no sabe absolutamente nada de vehículos, se dejará impresionar por el chasis y la tapicería… así sea que el vehículo apenas camine. Por eso, si no deja la soberbia de lado y busca un mecánico, se lo van a timar. Otro tanto le pasará con los gobiernos que escoja: si usted no sabe absolutamente nada sobre cómo administrar un estado, es bastante obvio que se impresione con el primero que le “regale” trescientos pesos contantes y sonantes, y le “regale” su bolsita con alimentos, gracias a la filantropía y el altruismo de Gabriela de Bukele, porque usted jura y recontrajura que esos “regalos” provienen de la bolsa magnificente del familión presidencial y no de lo que Hacienda le quitó de su bolsa cuando pagó el televisor, o cuando declaró la renta. Si usted no sabe absolutamente nada de la organización política de una república, sus nociones feudales lo moverán a quitarse el sombrero y agachar la cabeza cada que un político le “regale” un quintal de abono y le prometa que la milpa le dará pepitas de oro. Si no entiende qué implica el Estado constitucional y democrático de derecho es natural que usted crea que pedirle al presidente que rinda cuentas de los gastos públicos es una usurpación a sus atribuciones monárquicas.

¿Cómo puede usted afirmar con “el mayor aplomo y cara petulante” que este es el mejor gobierno de la historia y contradecir y vilipendiar a los especialistas en asuntos públicos si, a fuerza de ser humildes, no sabe absolutamente nada de los tópicos sobre los que está opinando? ¿Cómo pretende sostener afirmaciones semejantes frente a los organismos supranacionales, frente a los académicos más reputados y los órganos contralores de las actuaciones de la administración pública que denuncian con preocupación creciente el deterioro de la institucionalidad, de la democracia, la profusión de atropellos a los derechos humanos, los atentados contra la libertad de prensa, la corrupción inaudita en las compras públicas, el nepotismo, el clientelismo, el despilfarro del dinero público, el esquizofrénico y polarizador discurso presidencial, los indicios de negociaciones con los grupos criminales para contener artificialmente la violencia, y toda una serie de atentados contra el orden constitucional, e incluso contra la memoria histórica?

Las opiniones que se pronuncian desde el palco de la ignorancia no tienen ningún valor, así sea que la repitan cien mil corderos al unísono y que su voz suene tanto como las trompetas del juicio. Por eso, antes de regodearse de calificar con aplausos a un mandatario, es preciso que usted tenga la decencia de verse al espejo y preguntarse si es competente para calificar el desempeño de un gobernante, porque si no lo es, le corresponde la receta que ofreció Platón en La República a los ignorantes hace dos mil quinientos años: aprender con humildad de los que son más hábiles que usted.