BUKELE Y SU AVERSIÓN A LOS POBRES

¿Qué cambia del Bukele de la campaña del 2018 frente al dictador taimado del 2022? Que en campaña, los asesores de imagen lo mandaban a sacarse fotos abrazando ancianos, cargando a los niños de las marginales, comiendo frijoles en bala con tortilla tostada en la acera y mezclándose con la multitud de estudiantes de la Universidad Nacional. Una vez electo, ya no hacía falta seguir la doctrina Chichilco de la tortilla con queso y los ojos de santo extraviado; ya podía pasar del performance de Ché Guevara al de Rey Felipe de Borbón; saltar del lodazal a la alfombra roja con escolta militar, a los banquetes en Ibiza, a los viajes a Miami en jet privado; llevarse a Turquía hasta al mayordomo, transmitir sus decretos imperiales desde los salones de su improvisado Palacio de Buckingham, subir historias a Instagram presumiéndoles el caviar a los cristianos que lo miran desde el teléfono mientras compran sus pupusas de a cuatro por el dólar; hacer fiestas exclusivas para millonarios bitcoiners extranjeros y youtubers con escoltas principescas y venderles la franja costera del país vía Twitter a los criptochelitos que quieren colonizar y construir complejos residenciales exclusivos -Dios sabrá para quiénes, con qué dinero y con qué propósito- en la playa El Tunco City. Una vez electo, se acabó el romance pastoril con los pobres y solo se le ve aparecer cuando toca darles tour a los gringos y extranjeros por toda la finca bananera, o cuando hay que inocular ponzoña desde El Mozote en cadena nacional.

Estos desplantes de Jeque de los Emiratos patrocinados con dinero público en el clímax de la burbuja del ensueño egocéntrico contrastan con el estilo de vida y el trato que reciben los demás. De los salvadoreños jóvenes de bajos ingresos y con poca instrucción que votaron por él; los que creyeron que recibirían apoyo del Estado para continuar su educación o que podrían aspirar a un trabajo digno, se encarga el ministro de la Defensa y el director de la Policía y no precisamente para repartir becas; lo que define si te bajan los pantalones, te vapulean y te escoltan hacia el Penal de Izalco o si te brindan escolta hacia el Aeropuerto con PPI´s y camionetas blindadas es la apariencia, el color de la piel, la ropa y el nivel de ingresos. ¿Qué hay para los morenos que frisan los treinta años en los barrios pobres de la capital y del interior del país? Puros macanazos policiales que no documenta el Ministerio de Propaganda del Régimen. ¿Qué hay para los vendedores de la Rubén Darío que arruinan la estética europea del Centro Histórico con sus ventas de estrenos “full HD”, tenis “Naik”, crema combinada de a dólar y yuquita con chicharrón? ¿Qué hay para los vendedores de dulces en las terminales de buses? Para ellos hay desalojos “voluntarios” o un kit que incluye al menos una docena de garrotazos y estancia prolongada en el penal de Izalco con boleto VIP por Agrupaciones Ilícitas. Ellos, a los que si este gobierno fuera tan franco como doña Florinda Meza, los llamaría “la chusma”, Bukele prefiere llamarlos el “margen de error”: si de este grupo marginal resultan sorteados unos cuantos inocentes con golpizas mortales, no pasa nada, ya votaron el tres de febrero y a nadie le interesa tenerlos contentos.

Ese es el trato que reciben de nuestros gloriosos cuerpos represivos los pobres, los opositores, los trabajadores y obreros que desean hacer valer sus derechos: el de presuntos colaboradores de pandillas. ¿Por qué a muchos les cuesta percatarse del desdén que este Régimen le profesa a los pobres? ¿Por qué les cuesta entender que al votar por Bukele no fueron útiles para un proyecto de nación, sino más bien utilizados para un proyecto personal que nada tiene que ver con ellos? Porque para percibir las humillaciones que uno recibe debe tener, en primer término, dignidad y en segundo término, empatía, dos vocablos que los defensores del Régimen de Bukele desconocen por haberse atrofiado su humanidad. Suenan al fondo como en las épocas de las dictaduras militares “las Casas de Cartón”. La historia es cíclica.