Cuando veo el inminente colapso de las finanzas públicas; la grave inseguridad jurídica que ahuyenta la inversión y aumenta la desconfianza ciudadana en el Poder; el pacto criminal con las pandillas; la contención artificial de la violencia con la represa del régimen de excepción pronta a estallar; el aislamiento del país ante la Comunidad Internacional que nos impide acceder a cooperación y créditos; la represión y control a la prensa y medios de comunicación; las pérdidas millonarias de El Salvador en la estafa de las criptomonedas; los brutales retrocesos en Educación; la corrupción descarada en el manejo del dinero público; el rotundo fracaso en el manejo de la pandemia que destruyó la economía para acabar optando por la inmunización de rebaño a través del contagio masivo, y el ocultamiento de las cifras reales de muertes por covid; cuando veo el abandono en que se encuentran las municipalidades, el despilfarro; la destrucción de las instituciones; el ocultamiento de la información pública; el desmantelamiento de la justicia y la concentración del poder en manos de una nueva cúpula oligárquica emparentada con el crimen organizado (según reportes de inteligencia del gobierno de los Estados Unidos), entre otras cosas; y cuando contrasto toda esta inmundicia, ¡que es completamente evidente!, con la alta aceptación popular del déspota Bukele, no puedo menos que recordar la célebre frase de Mark Twain: “Ninguna cantidad de evidencia podrá convencer a un idiota”, ni puedo evitar pensar que nada aprendieron los salvadoreños de sus gobiernos pasados.
Es evidente que una porción importante de la población salvadoreña se encuentra idiotizada. La idiotez de las masas, sin embargo, no es nada nuevo. Lo verdaderamente importante es examinar las causas que permitieron masificar e idiotizar a esta fracción de la población. Dos fueron los ingredientes: la explotación del resentimiento y de la desesperanza. Al homogeneizar los sentimientos y las frustraciones de la población, Bukele consiguió fundir la voluntad de esta fracción del pueblo en una sola. Esta uniformidad de la voluntad colectiva beneficia los proyectos dictatoriales del déspota, quien puede, a partir de entonces, manipular a la masa para conseguir sus fines personales.
Sin embargo, el precio de manipular la voluntad de la masa furibunda es tener que alimentarla con la masacre y la barbarie, pues las catervas enfurecidas adictas al resentimiento no pueden controlar su sed de venganza y exigen cada día más opio. Bukele ha abierto la caja de Pandora: ha descubierto que el decreto del régimen de excepción lo libró de su decadencia de popularidad, pero intuye también que el costo de mantener esa popularidad es hacer más sangriento el coliseo, y esta es una muleta a la que recurrirá cada vez que tenga que disimular su inminente debacle. Esto fue lo que sucedió en la Alemania nazi y ya sabemos todos cuáles fueron los saldos que resultaron de exaltar y encauzar el odio contra minorías específicas.
Nótese que la idiotización de las masas nada tiene que ver con la ignorancia de quienes la componen. El idiota no lo es porque ignore las cosas que ve, sino porque se le ha atrofiado la facultad de razonar correctamente lo que ve, obcecado por su apasionamiento.
Para poder rescatar al idiota de sus trampas mentales hay que inmunizarlo de la hipnosis de la masa extirpando el parásito del resentimiento que se ha alojado en su espíritu; y eso no se consigue con más evidencia sino, más bien, demostrando empatía. Para ingresar en la esfera de las convicciones del idiota y extraerle sus prejuicios, hay que mostrarle poco a poco la verdad a partir de su cosmovisión; abrazarlo como a un hermano extraviado, entender “los motivos del lobo”.
Para rescatar al idiota hay que compadecerlo, evitar que la indignación contra él nos domine. Si es tan “difícil librar a los necios de las cadenas que veneran” es porque para librarlos hay que resistirse a actuar como ellos, y esto requiere un ejercicio profundo de autoconciencia y templanza, requiere ejercitar el hábito de la empatía: “Procurar primero comprender al idiota para que luego el idiota nos comprenda”.