Dedicatoria especial para los fans que encontrarán en estas líneas una fuente inagotable de descubrimientos sobre la realidad y sobre sí mismos.
El tres de febrero de dos mil diecinueve se estrenó en la gran pantalla de El Salvador “The Joker”, aunque para los efectos de esta crítica, nos parece más exacta su traducción al habla hispana como “El Bromas” por el contenido semántico de la expresión. En esta primera parte de la crítica examinaremos el argumento social que constituye el cimiento de la trama de este largometraje que promete tener una segunda entrega al final del quinquenio.
El escenario… una sociedad oscura, derruida por la corrupción, el tráfico de influencias, la violencia, la pobreza y la desigualdad -en resumen, el caos-. En la medida que el resentimiento de la sociedad contra el sistema y la sociedad misma crece (desconfianza en las instituciones públicas, diputados, jueces, magistrados, agentes de autoridad, funcionarios y empleados públicos de toda índole, desconfianza en la iglesia, en la oligarquía, en las comunidades y en los hogares, en síntesis, desconfianza en la humanidad en general), en la misma medida crece la necesidad popular de rebelarse contra el status quo, de reescribir la historia de la Ciudad Gótica, y de escoger un símbolo del descontento, un símbolo que necesariamente debe adquirir aspecto humano y cuya semblanza debe ser tan caricaturesca como los defectos sociales que simboliza.
Es así como el Bromas, hijo de uno de los hombres más ricos y respetados de esta Ciudad Gótica llamada El Salvador, afectado psicológicamente por la falta de reconocimiento humano en su círculo más íntimo y en la sociedad, después de sucesivos fracasos académicos en el campo de la economía y las humanidades y posteriormente en el ámbito de los negocios nocturnos, y después de concluir que no posee virtud propia más allá de la riqueza heredada de su padre, comienza a desarrollarse en su personalidad un trastorno mental denominado narcisismo como consecuencia de su complejo inconsciente de inferioridad y de su falta de autorrealización personal [estas afirmaciones pueden ser constatadas con un profesional], convirtiéndose de ese modo en el personaje destinado a ser el símbolo del resentimiento y de la corrupción social.
El Bromas debe de encarnar en su personaje los defectos fundamentales de la idiosincrasia de Ciudad Gótica: egoísmo, malinchismo, consumismo, ignorancia, rencor, servilismo, poca fe, machismo, entre otros, pues solo un pueblo egoísta puede aplaudir a un hombre egoísta, solo un pueblo feudal, servil e impresionable, puede aclamar a un personaje cuyos rasgos sean distintos a los de la multitud -desde la fortuna hasta el linaje-, solo un pueblo consumista puede encontrar placer en una personalidad circense, solo un pueblo rencoroso puede aplaudir y consentir los gestos de desprecio y de venganza que adopte su líder, solo un pueblo desesperanzado e ignorante puede llegar a deificar a una persona de carne y hueso, solo un pueblo machista puede tolerar a un líder político que menosprecie el rol social de la mujer y ejerza violencia de cualquier índole contra ella, en fin, solo un líder sin ética puede convertirse en el símbolo de un pueblo sin ética.
Me atrevería a afirmar que la mayoría de los críticos y pseudo críticos no ha logrado entender aún el mensaje del filme. No se trata de que el Bromas haya incitado a la sociedad a desconocer la institucionalidad democrática, a los medios de información tradicionales, a los partidos políticos y a desconocer la Constitución y las leyes, sino que ha sido la sociedad, motu proprio, la que ha alcanzado este estado álgido de malestar y que ha depositado en una persona el fruto de este cáncer colectivo. Las élites económicas, políticas e intelectuales, que han sido artífices del guion de esta película y del drama humano de Ciudad Gótica, no han advertido -o no han querido advertir- que la cinta que han producido no es un fruto de la casualidad, sino más bien es una oda a sus propios excesos, es un monumento social a la desconfianza descomunal y exacerbada que provocan en la población salvadoreña.
¿Cómo ha podido esta Ciudad Gótica llegar a ser “the Mr. Trump’s shithole”? Gracias a la corrupción de sus élites, a la escasa ética de aquellos a quienes se les confió el poder durante tanto tiempo y que aprovecharon este poder para convertirse en los cerdos de la Granja Animal (véase la Rebelión en la Granja de George Orwell). Es por ello que estas mismas élites no son capaces de reconocer que el verdadero catalizador de nuestra debacle social no es El Bromas, que “El Bromas Constitucionales” es más bien el adefesio, el homúnculo, el fruto de la simbiosis de las mafias políticas que nos estafaron por más de treinta años, es por eso que los críticos cinematográficos, los analistas, son tan torpes en identificar la causa fundamental del problema, pues la causa fundamental del problema son, precisamente, ellos mismos: los que en la dolarización, la privatización de la banca, la creación de las AFP´s, las adjudicaciones fraudulentas, el peculado, el cohecho, el soborno, el clientelismo, el desfalco del dinero público y las negociaciones criminales, fueron lacerando, en nombre de izquierdas y derechas, la confianza que la gente tenía en el sistema, y hoy creen que basta con decir la verdad para que la gente vuelva a confiar en ese sistema corrupto del que ellos mismos son el Fidias y el Miguel Ángel.
Después de la aparición triunfal de El Bromas en la pantalla grande el tres de febrero del año pasado, los comentarios y críticas de las élites han sido poco más o menos los de alguien que está viendo una película ajena a su realidad y no una sombría obra de arte social de la cual merecen el crédito, o más bien, el descrédito. ¿Acaso estas mafias políticas que hoy se ven amenazadas han virado siquiera un ápice su trayectoria después de que el Bromas le ha puesto gasolina a la yesca social y ha insuflado en la gente este afán autodestructivo? Este servidor sigue viendo los mismos rostros en la televisión, los mismos colores, las mismas consignas, los mismos mensajes, y es precisamente de esta resistencia del sistema ante el cambio que El Bromas se alimenta y se fortalece. ¿Quiénes han proveído de elementos a las filas del club de fanáticos de El Bromas sino estás mismas mafias políticas? Son estos mismos tránsfugas sin ética a los que los nigromantes de antaño un día acogieron en su seno como a cuervos los que hoy están más que dispuestos a sacarles los ojos. ¿Acaso creyeron que el karma no les iba a propinar nunca una dosis de su propia irresponsabilidad?
He ahí el origen y evolución del Bromas, a quien hemos podido observar en varias escenas bailando con desfachatez y escupiendo sobre los cimientos de la república.