- Tedio. Esa es la palabra. Acabo de repasar cada acontecimiento de mi día y he descubierto que es exactamente igual a los que le preceden y a los que le sucederán, y me ha quedado en el pensamiento esta sensación acre de hastío. Imagina a un asno que se detiene un día a contemplar la noria y descubre, que en la infinita extensión del universo la suerte ha querido sacrificar su existencia entera al vano propósito de dar vueltas en círculo hasta exhalar el último aliento. Así me siento desde que tengo memoria, y en éste punto, si me lo preguntas, no sé si realmente valga la pena vivir.
- …Dijo el ruiseñor, que, cautivo en su hermosa jaula, se hartó del alpiste y de los arrumacos de las criadas; y una mañana como cualquier otra, se durmió para siempre…
- Ojalá fuera tan sencillo -lo interrumpió Sofía-, pero es el caso que a los que no somos pájaros se nos prohíbe abandonar el cuerpo tan fácilmente. Nadie se cuida tan poco de nuestra felicidad como los que se esmeran por prolongar nuestra existencia, al fin y al cabo, mientras seamos útiles a los demás, qué le importa al mundo que los demás solo nos perjudiquen a nosotros: el Estado no quiere perder un contribuyente, la Iglesia no quiere perder un feligrés, la industria no quiere perder a un trabajador, el mercado no quiere perder a un consumidor. En ciertos casos, la familia misma puede llegar a ser tiránica. No aceptan padecer el dolor de perderte, pero tampoco están dispuestos a remediar los dolores que han llegado a infligirte. La gente infeliz es verdaderamente inconveniente, pues los hombres más infelices del mundo cuando no pueden ponerle fin a la vida de los demás, acaban por ponerle fin a su propia vida, y es entonces cuando flaquea la base de la pirámide social, los andamios crujen, y el sistema colapsa. Si los animales de la Granja Manor hubiesen tenido la capacidad de razonar hasta qué punto estaban condenados, algunos se habrían rebelado, y otros se habrían suicidado. Parece, pues, que la humanidad desea que nuestro espíritu sobreviva a pura dieta de esclavitud e indiferencia, desea que el ruiseñor cante alegremente, que el asno se ocupe de la noria, el buey, del arado, y que el hombre se dediqué a girar la manija de su caja de música hasta morir de frío como en el cuento del Rey Burgués.
- Escúchame, Sofía. No puedo objetar nada a tu punto de vista excepto que no es el único posible. Si miras la vida como Bécquer, resintiendo que “tu vida es un erial”, fijando la vista “del salón en el ángulo oscuro” y ambicionando el paraíso mientras lo buscas sin fe, acabarás, mínimo, con tuberculosis y sin que yo pueda cantarte al oído ese “himno gigante y extraño que anuncie en la noche de tu alma una aurora”. No olvides, pequeña, que Dios te dio dos cosas que los ruiseñores no tienen, te dio unas alas que te permiten elevar tu pensamiento por encima de las murallas que lo cercan, y te dio la esperanza, ese alimento que alienta el espíritu aún cuando el espíritu se queda sin alimento. Sé que has vivido toda tu vida recluida en una prisión, sometida a la más cruel de las servidumbres, pero sé también que eres más fuerte que tus grilletes y que puedes alzarte sobre aquello y aquellos que te agobian, y tengo la certeza de que lo conseguirás el día en que seas consciente de tu fuerza y actúes en consecuencia. Eres mucho más lúcida, mucho más consciente y humana que cualquier otra mujer de tu edad que yo haya conocido; tienes una impresionante capacidad de análisis y de síntesis y eres extremadamente creativa. Eso es más de lo que necesitas para ser libre y feliz. Tú debilidad consiste en que eres incapaz de apreciar tu propia grandeza.
La joven suspiró profundamente, como queriendo desembarazar sus pulmones de algún aire mefítico, y replicó:
- Ojalá fuese capaz de verme a mí misma con el mismo optimismo con que tú lo haces. Más allá de tu intención de animarme no veo razones objetivas para que me atribuyas virtudes que no tengo, y como pienso que la poesía está en los ojos del poeta y no en el objeto de su contemplación, pienso también que las cosas hermosas que ves en mí solo son un reflejo de los hermosos ojos que tienes para los demás y de lo generosa que es tu alma.
- Yo creo que tu belleza y virtud no precisan que yo ni nadie las proclame, aunque yo desapareciera de la faz de la tierra y muriese conmigo el último poeta del mundo, tu seguirías siendo lo que eres, porque como dice Bécquer: “podrá no haber poetas pero siempre habrá poesía”. Así que es una verdadera impertinencia que discutamos de quién es la poesía “mientras clavas en mi pupila tu pupila azul”, pues es evidente que la “poesía eres tú”.
- Has estado leyendo mucho a Bécquer últimamente, ¡eh!
- ¡Qué puedo decir! Los cristianos atribulados buscan sosiego en los salmos, los enamorados buscan sosiego en la poesía… y es el caso que yo estoy enamorado…
- … De la idea que tienes de mí- lo interrumpió ella.
- Que es más o menos una combinación entre lo que eres y lo que llegarás a ser. Estoy enamorado de ti como del capullo de un girasol, que no exhibe aún sus pétalos al mundo, pero que está destinado a ello.
- ¿Y cuándo abriré mis pétalos al mundo?
- Cuando logres vencer los perjuicios que te mantienen imbuida en ti misma. Cuando te enfrentes a la fuente de tus miedos: cuando descubras que no eres un retoño más en el tronco del linaje familiar y que has nacido para propósitos más altos que acrecentar el caudal de tus padres; cuando venzas el miedo a ser distinta y estés dispuesta a pagar el alto precio de la libertad; cuando para huir del alcázar y conocer el mundo, tengas, como Eduardo Tudor, que quitarte la corona de la cabeza y vestirte con las ropas del mendigo.
- Tampoco es algo sencillo lo que esperas de mí. Básicamente, esperas que un día decida empezar de cero y renunciar al amor y la aceptación de mis padres.
- A su aceptación, tal vez; pero a su amor, lo dudo. Si el amor de tu padres estuviese condicionado a que te pliegues eternamente a su voluntad, tal cosa no es amor, es esclavitud.