El prostíbulo legislativo

Señores diputados oficialistas electos: pese a que nos distingue del resto de los animales la capacidad de auto reflexionar, me temo que hay cualidades que se atrofian con el desuso, de tal suerte que quien se deja gobernar irreflexivamente por sus instintos no dista mucho de ser un chimpancé entrenado. Digo esto porque, así como lo único que salvaría a un ratón de caer en una trampa doméstica es preguntarse auto reflexivamente cuánto le ha costado históricamente a su especie morder el queso, lo único que salvaría a un ciudadano electo diputado de destruir su propia patria y su propio porvenir sería la epifanía: “¿cuánto me costará ocupar la silla en el congreso?” Debo advertir, pues, a juzgar por el mareo que les ha causado subirse en el ladrillo, que ustedes no se hicieron jamás esa pregunta y se embriagan de felicidad como el analfabeto o el loco que confunde su credencial con su sentencia.

Si ustedes, señores diputados electos por GANA y Nuevas Ideas, hubiesen hecho un ejercicio mínimo de auto reflexión, estarían avergonzados y afligidos, al descubrir que prostituyeron su libertad y su conciencia –justamente aquellas cualidades que los distinguían del resto del reino animal- al ceder, como diría Aristóteles, a sus instintos de “bípedos implumes”, sedientos de fortuna, poder y reconocimiento social; habrían descubierto que jamás fueron electos por voluntad popular, que la gente no conoce ni sus nombres, que en realidad fueron vendidos por un ganadero que les marcó las ancas con una “N” para venderlos en el “tiangue”, por cabeza y a sobre precio, so pretexto de tener “denominación de origen” y bendición del caudillo. Es que el único requisito para que este pueblo enfermo los comprara era demostrar su mansedumbre frente al proyecto dictatorial; probar que eran marionetas dóciles a la manipulación del titiritero, simples muñecos del show del ventrílocuo.

Lo que nadie les ha dicho, señores diputados electos, es que la única cualidad que debían exhibir para ganar un escaño era la disposición a convertir a la Asamblea en un lupanar en el que se prostituye abiertamente la democracia, los valores constitucionales, la libertad, la conciencia y la dignidad humana a cambio de una cuota ilusoria de poder político; y que si Bukele –paciente del síndrome de Hubris, de Procusto y de Dunning Krueger- hubiese podido postular ratones con interruptor o perros entrenados que levanten la pata cuando les ofrecen croquetas, ustedes habrían sido perfectamente prescindibles: que el único mérito que a ustedes debe reconocérseles es que pudo más su hambre material y su necesidad reprimida de reconocimiento que su auto respeto… si es que hay algo de mérito en semejante ignominia.

Ustedes no se atreven a confesarse a sí mismos que son adictos a cobijarse en el manto del respaldo popular porque saben que su poder se alimenta exclusivamente en la habilidad demagógica de manipular a un pueblo extremadamente ignorante, supersticioso y con resentimientos sociales muy profundos, que no han hecho más que estafarlo, aprovechándose de su dolor y explotando sus frustraciones, a tal punto que este pueblo accedió a firmarles a ciegas un cheque en blanco que ustedes no han tardado en dilapidar. Ustedes ignoran que la historia de la humanidad ha demostrado hasta la saciedad que las masas son volubles, que “aquél que crea disturbios en su casa heredará el viento”, que la realidad, como la gravedad y el resto de leyes físicas, es ineluctable; que la verdad no puede ser amordazada por mucho tiempo sin consecuencias; que no existe el milagro de la multiplicación de los panes y de la hacienda pública; y que la putrefacción de las instituciones en descomposición también lleva consigo hedores mefíticos que tarde o temprano los perseguirán como la peste a Edipo. Si ustedes se ufanan de haber vendido la república a un déspota por treinta piezas de plata es porque un pueblo corrupto no sabe juzgar éticamente a sus gobernantes… pero de Dios no puedo decir lo mismo.