El puente Chichilco contra el Golden Gate

Los adeptos del gobierno necesitan calibrar sus apreciaciones visuales. No sé a quién se le ocurre comparar la popularidad de Nayib Bukele con la popularidad de la Canciller de Alemania, Ángela Merkel, pero espero que quien lo haga no confunda el puente Chichilco con el Golden Gate Bridge, la antena telefónica de su casa con la Torre Eiffel, el SITRAMSS con el tren bala japonés, el Hospital de CIFCO con el John Hopkins de Baltimore, la Britany con CNN y a Walter Araujo con Ismael Cala.

Hay comparaciones que resultan ofensivas para la inteligencia y ésta es una de ellas, pues no se necesita haber estudiado física para entender que dos cosas solo pueden compararse aplicando la misma unidad de medida. Así como una onza no equivale a una tonelada, así el 100% de aceptación de Bukele no equivale ni al 10% de aceptación de Merkel. ¿Por qué? Porque los alemanes no aprobarían un gobierno que mande a sus médicos a combatir el Covid a puras bolsas de jardín y mascarillas quirúrgicas; a un presidente que tenga a media docena de sus hermanos dirigiendo el país y a sus ministros haciendo negocios con los fondos públicos.

No les habrían causado gracia los amotinamientos y contagios en los centros de cuarentena; las detenciones arbitrarias, la muerte de los pacientes en los apagones del hospital más cool de Latinoamérica; las banderas blancas en las carreteras; no les causaría gracia ver a la Canciller con la gorra hacia atrás humillando periodistas, despotricando contra los órganos de gobierno y amenazando con no pagar el salario de los empleados públicos; no les causaría gracia ver al presidente en caravanas de vehículos blindados todas las noches o alquilando helicópteros lujosos para ir a combatir una plaga de langostas con AK 47. Los alemanes no elegirían a Marcelo Larín y a Walter Araujo como candidatos a diputados; no harían presidentes a cuatro bachilleres al hilo… y si el gobierno se endeudara hasta acariciar el impago no mandarían a estampar camisetas con el diseño del Paquete Solidario, protestarían frente a la Cancillería Federal.

Es que calificar al gobierno mediante la opinión pública, y no mediante parámetros técnicos objetivos, es querer apreciar la realidad con los ojos de la ignorancia y la superstición. Es arriesgarse a que el youtuber Chepe y el youtuber Chelo le digan que ese meteorito diminuto ingresando en la atmósfera era el presidente probando el nuevo traje de Tony Stark. Creer que la popularidad de Bukele es un indicador infalible del éxito del gobierno es como creer que un volcán en erupción es un show de fuegos artificiales. Un salvadoreño sensato sabe que dicha popularidad es, en realidad, un indicador infalible de la corrupción social y de la desnutrición cultural de nuestro sufrido pueblo; y aunque a los políticos no les convenga decir esta verdad en voz alta, la verdad no deja de ser verdad: no somos el pueblo alemán, somos Tercer Mundo, aunque nos duela.

¿Quiere salir de la caverna platónica, y dejar de creer en la publicidad del gobierno? Pregúntese con honestidad: ¿Acaso este gobierno se caracteriza por la meritocracia? ¿O más bien se caracteriza por el nepotismo y por el clientelismo? ¿Es responsable con las finanzas públicas o gasta impulsivamente y se endeuda para comprar la voluntad popular? ¿Es respetuoso de la libertad de prensa o la amordaza y la humilla? ¿Es respetuoso de los derechos humanos o es más bien un gobierno despótico? ¿Es austero o gasta excesivamente en publicidad? ¿Le recorta el presupuesto a la educación? ¿Desacata abiertamente la Constitución y las leyes? ¿Manipula a la opinión pública a través de medios de desinformación financiados quién sabe con qué dinero? ¿Monopoliza el poder político? ¿Invade competencias de otros órganos? ¿Oculta la información pública? ¿Tiene señalamientos por corrupción?

¿Lo ve? No es buena idea comparar el puente Chichilco con el Golden Gate, ni a Bukele con Ángela Merkel.

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