No es que el título sea alarmista, es que la realidad es alarmante. Examine los hechos, los mismos hechos que me permitieron predecir las actividades autoritarias del presidente un año antes de que ocurrieran, cuando todavía muchos críticos las calificaban de meras elucubraciones. Es una desgracia ser joven cuando la edad es un abrojo para que te tomen en serio: los opositores están tan ingridos contemplando las grietas en los ladrillos que no han advertido aún que el edificio se derrumba; están tan absortos en los problemas coyunturales que han pasado inadvertidos los problemas estructurales… que son los que nos llevarán a la destrucción de la República en el mediano plazo.
Nos distraemos con los escándalos de corrupción de los funcionarios del Ejecutivo, con las declaraciones insulsas del ‘presidente’ en Twitter, con los forcejeos interorgánicos, y hasta caemos en la trampa de publicitar al gobierno reaccionando a sus estímulos mediáticos… Mientras tanto la carcoma social debilita los cimientos sobre los que descansa el Estado. ¿Acaso hemos sido capaces de explicarnos por qué el pueblo duerme a pierna suelta mientras agoniza nuestra democracia, por qué cada vez que hay un ataque a la institucionalidad, la turba grita “olé, tío”? ¿Por qué la opinión pública no se pica cuando el mandatario escupe sobre la Constitución, pero sí cuando la Asamblea le exige al mandatario que la respete? ¿Por qué cada atentado contra la democracia perpetrado por el presidente es galardonado con una alta aprobación popular si se supone que el pueblo debería ser el primer defensor de los valores constitucionales, si se supone que el pueblo debería de alzarse contra los que atacan a la República y no contra los que la defienden? ¿Por qué le tiembla la barbilla a la oposición para solicitar el antejuicio de un funcionario que no se necesita ser jurista para entender que ha cometido delitos importantes contra el orden constitucional?
¿Por qué los líderes de la oposición aún no han sido capaces de explicar este absurdo de “el rebaño que idolatra al lobo”? Yo sé la respuesta, pero es incómoda, como suele ser la verdad: los líderes de la oposición son los mismos artífices del sistema ruin que hemos heredado, y no son capaces de admitir que la fortaleza de la dictadura radica en el rechazo social hacia el sistema, pues hay partículas de su ego impregnadas en ese sistema: porque nadie es enemigo de sus propias obras, por sombrías que estas sean. Los líderes de esta oposición, fragmentada por intereses mezquinos, son incapaces de admitir que la raíz de nuestros problemas sociales y políticos se resume en una palabra: desconfianza. Desconfianza en los partidos políticos, en la administración de la justicia, en el manejo de las finanzas públicas, en las leyes, en la sonrisa del vecino y hasta en la naturaleza humana. Desconfianza que los antiguos detentadores del poder se ganaron a pulso durante treinta años.
¿Pero cómo les explico a los partidócratas de ARENA, del FMLN y del resto de partidos políticos que la actitud autodestructiva del pueblo es su responsabilidad, y que su testarudez de no hacer un “mea culpa” nos está precipitando hacia el abismo de la arbitrariedad? ¿Cómo le explico a Pedrito que por gastarse la confianza del pueblo a nadie le importa ya cuando grita “que ahí viene el lobo”? ¿Cómo le explico a los artífices del sistema que la única forma de recuperar la credibilidad es “mutatis mutandis” si para “cambiar se necesita al menos voluntad de cambio”?
Estos son los últimos días de la República. Somos espectadores de una fuerza imparable contra un objeto inamovible: la fuerza de la desconfianza institucional contra la inmutabilidad del sistema frente al cambio. Si los partidos políticos no se inmolan en la pira y renacen de sus cenizas despidiendo incienso ético, se cumplirá el fatal anuncio de Bécquer en su rima XLI: “La senda estrecha, inevitable el choque… ¡No pudo ser!”.