No hay una oposición, son tres (y dos son falsas)

Hay tres tipos de oposición: los que se oponen al gobierno por contradicción con sus intereses, los que se oponen al gobierno por contradicción con sus dogmas y los que se oponen al gobierno por contradicción con sus principios. Los primeros, que son la mayoría, no representan un problema para un régimen dictatorial pues la solución para acabar con ellos es negociar su precio: hoy los ves con la camisa roja o la camisa tricolor despotricando contra el dictador, y mañana con la camisa celeste después de la promesa de una curul en la Asamblea, un puesto de regidor en la alcaldía o un par de láminas nuevas para techar el retrete. Prototipos de este grupo son Milena Mayorga, Dania González, Inés Martínez, Walter Araujo, Will Salgado, Arturo Magaña, su vecino, entre otros. La característica fundamental de éstos es que tienen moral de piscucha, es decir, que se mueven en la dirección que les apunta el viento. Su instinto primitivo es tal que no les tiene cuidado vender la República por treinta piezas de plata.

Los segundos, que también son una porción importante, son los fanáticos, a los que las estadísticas llaman cortésmente “el voto duro”, y que han sido adoctrinados tan poderosamente que no ven adversarios sino enemigos. Estos, que también conforman un grupo importante, tampoco representan un problema para el régimen dictatorial, pues la solución para acabar con ellos es “reescribirles el código”, es decir, sustituirles los viejos dogmas por unos nuevos a través de un nuevo adoctrinamiento: hoy los ves dando la vida por Schafick Handal y por Roberto d’Aubuisson, gritando desaforadamente “el pueblo unido jamás será vencido” o “Patria sí, comunismo no” y mañana los ves con Nuevas Ideas gritando desaforadamente “devuelvan lo robado”, “en el 2021 van para afuera” y dando la vida por don Armando Bukele y toda su prosapia, después de haber descubierto tardíamente que fueron “traicionados” por sus compadres y que el verdadero líder de la Granja Animal no era “Snowball” sino el “Camarada Napoleón”, y que en los treinta años de los gobiernos de ARENA y el FMLN jamás los habían sobornado con un fajo de billetes tan generoso. De estos resulta difícil destacar a alguno porque normalmente conforman la base militante de los partidos políticos.

El último grupo, el residuo de la oposición, que a fuerza de ser sinceros no son más que “tres tristes tigres” que no alcanzan a reunir ni el equipo de fútbol del domingo, son los que se oponen al gobierno por franca contradicción con sus principios… Y digo que son muy pocos, porque somos un pueblo tan corrupto desde el punto de vista ético, que incluso los que se autoproclaman referentes éticos se oponen tibiamente al régimen, porque tienen “demasiado qué perder”: la empresa, el prestigio, el respeto de la familia, el trabajo, la paz, etc. Estos sí podrían representar una amenaza para el régimen dictatorial, tienen la capacidad de despertar conscientemente a la población, pero la dictadura también tiene soluciones más o menos eficaces contra ellos: la primera es silenciarlos, ahogar su voz entre la marejada turbia de desinformación propagada por el régimen; la segunda es desacreditarlos vendiéndonos frente al público como enemigos del pueblo; la tercera es acosarlos y amenazarlos mediante el uso abusivo del poder: con esbirros digitales, con detenciones ilegales, con cierres de establecimientos, con bloqueos a la libertad de expresión y el libre ejercicio del derecho a la asociación; la cuarta y más efectiva de todas: dividirlos a través de sus desacuerdos.

Con esta fotografía, que no resulta ser agradable para casi nadie, y que no ha sido aderezada con ese falso optimismo que le imprimen a la realidad los opositores cegados por las cataratas del fanatismo para hacerla más confortable, puede usted hacerse una idea de que, en realidad, estamos peor de lo que creemos que estamos, solo que aún no queremos aceptarlo.