Haga el siguiente cálculo mental: réstele a Nuevas Ideas la imagen de Nayib Bukele. ¿Qué queda? En efecto, no queda absolutamente nada. Observe que un resultado de esta naturaleza no es propio de un partido político, pues los partidos políticos perviven aun quitando de la ecuación a sus liderazgos, como ha subsistido el Frente, por ejemplo, después de la muerte de Schafick Handal o ARENA después de la muerte del Mayor d’Aubuisson. Lo que queda de Nuevas Ideas sin Bukele es lo que queda del Jardín Infantil sin Prontito, Chirajito, Pizarrín y Tío Periquito: nada.
La razón por la cual un partido político subsiste independientemente de sus liderazgos es porque los partidos giran en torno a un programa, a una ideología; mientras que el Jardín Infantil gira en torno a sus personajes, son estos los que le dan vida y éstos los que se la quitan. Si Nuevas Ideas deja de ser lo que es sin la figura de Nayib Bukele es simplemente porque Nuevas Ideas no es un partido político, sino una barra brava que consume adictivamente la oferta del resentimiento social, y, consecuentemente, Bukele no es un líder político, es simplemente un personaje de la farándula nacional jugando al circo romano: observe que a diferencia del líder político que promueve un ideario, el personaje se promueve adictivamente a sí mismo, cual droga.
¿Pruebas de lo anterior? ¿Por qué la insistencia pueril en la ‘N’ de ‘Nayib’, si ‘Nayib’ no es una idea, no es un valor, y tampoco es una oferta política? Porque los administradores de esta barra brava intuyen, a nivel semiconsciente como el Neandertal, que su bandera no promueve absolutamente ninguna idea, promueve una marca que está afincada en un personaje —como las películas de Cantinflas en el personaje de Mario Moreno y las películas de Tin Tán en el personaje de Germán Valdez—, y saben, instintivamente como zopilote hambriento, que a un electorado cegado por la ira y la insensatez no le interesan las ofertas políticas, sino las ofertas sentimentales; por eso su eslogan de campaña no es “en el 2021 consolidaremos la paz” o “en febrero recuperaremos la economía”, sino: “en el 2021 van para afuera”.
Haga un grupo focal con diez partidarios de Nuevas Ideas y pregúnteles en qué creen: ¿creen en la libertad económica, en la libertad de empresa, en la centralización de los servicios públicos, en la planificación del mercado, en el estado interventor, en el Estado mínimo, en las libertades individuales, en la República, en la monarquía, en la propiedad privada, en la propiedad privada en función social, en el laicismo, en el feudalismo, en la democracia, en la vida desde la concepción, en las cuatro causales, en la Yihad…? Descubrirá que, a las bases de Nuevas Ideas, el único y vergonzoso motivo que las une es la adicción a esta droga discursiva del resentimiento social, y, a sus líderes, la ambición desmedida por el poder. No hay ninguna estrategia de ajedrez en esta rudimentaria idea: el resentimiento en un pueblo humillado se vende como papel de baño en cuarentena. Estas elecciones no tratan en absoluto sobre propuestas políticas sino sobre productos emocionales: no las ganarán los políticos honestos que defienden la democracia, sino la agencia de publicidad que venda el mejor plaguicida contra la “madriguera” del Salón Azul, el mejor insecticida contra los “mosquitos” chupadores de impuestos.
En estas elecciones —me permito disentir de la opinión general— la suerte está más que echada. La única forma de que los resultados varíen es que el efrit de la lámpara aparezca y convierta a nuestra rancia clase política en un tiro de corceles enjaezados o que el electorado descubra a tiempo que estamos frente a una depredación intragremial: una plaga que depreda otra y la sustituye, pero con más agresividad que la primera
Saldremos de las brasas… para caer en las llamas.