No conozco un solo tirano en el mundo que haya sido expulsado del poder por la vía electoral así como no conozco un solo lagarto en el mundo interesado en dialogar con sus víctimas. Si hay algo que la historia de la humanidad nos ha demostrado hasta la saciedad es que jamás abandona el poder de buen grado aquél que está dispuesto a conservarlo por la fuerza, y, que aquél que manipula las leyes e instituciones para enquistarse en el poder, por ende, no puede ser expulsado por la vía legal o institucional. No cometamos el craso error de confundir democracia con elecciones, porque, si bien no son excluyentes, tampoco son equivalentes. No toda elección es democrática y quienquiera que le haya dado seguimiento a las elecciones de Nicaragua y Venezuela debería saberlo a la perfección: elección sin democracia, es fraude por antonomasia. EL PROBLEMA ORIGINAL DE LOS SALVADOREÑOS NO ES ELECTORAL, ES ÉTICO. No debemos reducir la democracia a un simple ejercicio sufragista porque en Latinoamérica muchas democracias jóvenes se han destruido a punta de elecciones. La democracia es un estadio de civilización humana que se manifiesta en una actitud social, mientras el pueblo salvadoreño no alcance esta madurez y este estadio de civilización, las elecciones solo servirán para confirmar cuán adictos somos a las tiranías.
El problema original que advierto en los que denomino pseudo opositores es que están tan obsesionados con recuperar el poder político a cualquier costo, que son incapaces de observar que la tarea fundamental de los salvadoreños comprometidos con rescatar al país no es venderles el mejor becerro de oro a los votantes para que se arrodillen ante un nuevo caudillo. ¿Acaso no es evidente, ¡por Dios!, que la razón por la que el pueblo desconfía tanto de esta pseudo Oposición es porque no se diferencia en nada del Oficialismo al que tanto critica? ¿Por qué los salvadoreños aborrecemos tanto a nuestra clase política? Porque solo nos utilizan para agenciarse puestos de poder; gastan cantidades millonarias vendiéndonos humo embotellado, pero no sueltan ni un duro para educar a la población. ¿Por qué? Porque, en realidad, no les interesa redimir al pueblo de las cadenas que lo oprimen sino simplemente servirse de estas viejas cadenas para recuperar sus privilegios. De allí que sean incapaces de proyectarse en el largo plazo; de allí que piensen que los ciudadanos son clientes y que riñan mezquinamente por repartirse desde ya un pastel electoral que no tienen. ¿Para qué querría la Oposición ganar las elecciones si no tiene la suficiente madurez ética para ofrecerle a la gente algo diferente de lo que le ofrece el Régimen? Dejemos de promover estatuillas presidenciables hechas con el mismo barro narcisista de Bukele, que los problemas de este país no se resuelven pegando afiches de hombres y mujeres con sonrisa Colgate en los postes del alumbrado; la tarea de los salvadoreños valientes y horados es dejar la terquedad de anteponer sus intereses personales a los intereses generales y tratar los problemas sociológicos que nos tienen arrodillados; nuestra tarea es educar a la población, devolverle su dignidad: aliviar la acidez y sanar la úlcera que llaga el espíritu de nuestro pueblo deprimido por el resentimiento, la desesperanza y la falta de identidad. Este no es un juego de ajedrez que se gana dándole jaque al rey con una reina; este es el TIEMPO PARA QUE LOS LIDERAZGOS SOCIALES Y ESPIRITUALES RESTAUREN EN LOS INDIVIDUOS EL RESPETO AL PRÓJIMO, EL VALOR DEL ESPÍRITU COLECTIVO Y DE SERVICIO, EL AMOR POR LAS LEYES Y POR LAS INSTITUCIONES que tanta sangre les han costado a nuestros antepasados.
En nuestro país una amplia masa de salvadoreños se encuentra idiotizada por el discurso de odio de la familia Bukele y de su camarilla oligárquica, a tal punto que están dispuestos a negar hasta las evidencias más contundentes. No podemos competir electoralmente contra un déspota cuya fuerza proviene de un pueblo sometido a los efectos de semejante hipnosis; debemos dejar la ingenuidad y hacernos responsables, por primera vez en décadas, de los efectos de los errores históricos. Debemos salir del esquema electorero y visualizar que cuando un pueblo valora verdaderamente su democracia y se respeta a sí mismo, no necesita ir a las urnas para defenderla. Si el pueblo salvadoreño tuviese la madurez democrática de cualquier país del Primer Mundo no haría falta esperar las próximas elecciones para destituir a un individuo que pretende estar por encima de las leyes. Al día siguiente del primer escándalo de corrupción o exhibición de despilfarro del dinero público habría sido expulsado de la silla presidencial. El día en que logremos que los salvadoreños comprendan el valor de la democracia, de sus instituciones y de los Derechos Humanos; que sientan verdadera empatía por los oprimidos; el día en que sean responsables de sus actos y de sus emociones; el día en que los salvadoreños sean más exigentes con los estándares de sus gobernantes y dejen de resignarse a rumiar el alpiste de la demagogia, cualquier discurso pronunciado desde el hígado por cualquier tirano, resbalará en su coraza como resbala el lodo en las plumas del cisne. Es hora de comenzar a ser responsables con nuestros deberes políticos; hora de demostrar a los que creen en nosotros que no pactamos con tiranos y que no estamos dispuestos a ser cómplices de la corrupción en el afán de perseguir cuotas ilusorias de poder político; que podemos resistir valiente y pacíficamente el aislamiento, la marginación y escarnio pero jamás ser artífices de las desgracias que pesan sobre nuestro sufrido pueblo. Es hora de la desobediencia civil. Honor y Dignidad.