¿Qué pesa más: un Kg de salud o un Kg de economía?

Si usted tuviera que elegir entre conservar la salud de su abuela o recibir un cheque por cien mil dólares, ¿qué elegiría? Apuesto a que elegiría conservar la vida de su abuela, pues usted jura y recontra jura que valora más la salud de sus seres queridos que el dinero… o al menos, eso es lo que usted cree… pues se le escapa un pequeño detalle: que la salud es dinero. Si le dijera a usted que conservar la salud de su abuela cuesta cincuenta mil dólares en un hospital privado y le diera a escoger entre darle gratis a su abuela el tratamiento o recibir un cheque por cien mil dólares, ¿qué elegiría? Usted preferiría el cheque, ¿no es cierto? ¿Es usted un codicioso sin escrúpulos, o es, más bien, alguien sensato que sabe que con el cheque conserva la salud de su abuela y además obtiene cincuenta mil dólares adicionales para otras necesidades?

Cada vez que lo pongan a escoger entre salud y dinero, deje de rasgarse las vestiduras con discursos románticos sobre la prevalencia del afecto y sea pragmático: conservar la salud cuesta plata, porque para conservar la salud se necesitan recursos y para adquirir recursos hay que pagar costos. No hay almuerzo gratis. ¿O por qué se imaginaba usted que los países ricos pueden enfrentar mejor la pandemia que los países pobres? ¿Porque los protegen los dioses paganos de la antigüedad? ¿O es simple y sencillamente porque los países ricos tienen más recursos para enfrentar la crisis?

¿Sabe cuál es su problema? Que cuando usted escucha la palabra “economía” piensa en la cara bonachona de Benjamín Franklin estampada en los billetes de a cien. En otras palabras, usted es víctima de un prejuicio social, y asocia a la economía con la imagen impúdica, peyorativa y pagana de la “avaricia”, cuando, en realidad, la tan vilipendiada e incomprendida economía solo tiene por afán la asignación eficiente de los recursos. Usted escucha la palabra “economía” y piensa en un yate en las Bahamas y no en la factura del proveedor de ventiladores mecánicos o en la póliza del seguro por enfermedad que tiene que pagar la esposa de un paciente con insuficiencia renal.

Si usted piensa que los políticos y académicos que abogan por reactivar la economía lo hacen porque reciben telefonazos de los empresarios que tienen pesadillas a medianoche, usted está tan aturdido por el odio de clases que se ha olvidado de que la economía es la que lleva el pan a su mesa; que la fortaleza de la salud pública y privada es directamente proporcional a la fortaleza macroeconómica, que la salud pública no solo se halla en las cifras de la pandemia, sino también en  los índices de desnutrición, en el acceso a los servicios básicos, en las precariedad de las condiciones sanitarias de los hogares, en la capacidad de afrontar los gastos de salud. Usted olvida que la economía es la que determina cuánto tiempo puede permanecer un ser querido conectado a un respirador artificial, que la economía es la que determina la capacidad del estado para adquirir medicamentos, la que determina el número de camas que pueden adquirir los hospitales, la que establece la indemnización que recibe un huérfano cuyos padres mueren, o la salubridad de las condiciones en que labora el empleado de una fábrica de textiles, usted olvida que “tan importante como la vida es la calidad de vida”.

Si un mandatario lo conmina a escoger entre salud pública y economía, ese mandatario le está viendo la cara porque la obligación del gobierno es garantizar ambas, y no solo la que repercute directamente en sus niveles de aprobación popular en tanto que la economía la damos ya por “costo hundido”. Si la solución gubernamental a una crisis sanitaria es la cuarentena domiciliar a punta de pistola, perdóneme, pero para permanecer encerrados no hace falta tener gobierno, sino un buen carcelero.