Qué sabe el burro de ir a misa… y de derechos humanos

Es que para comprender el alcance de los derechos humanos primero hay que ser humano, y eso es justamente lo que a Alí Babá y sus cuarenta bitcoiners les hace falta: humanidad. Sí, sí, yo sé que son animales comunitarios, que caminan erguidos, que entienden algo del castellano, saben cobrar impuestos, redactar idioteces y publicarlas en el diario oficial, pero es que ser humano es más complejo que desahogarse en Twitter para no pagar psiquiatra. Ser humano es reconocer la humanidad de los demás, así sean judíos, indígenas, opositores, catedráticos jesuitas o senadores gringos, así sean tus vecinos en la Residencial Los Sueños o vivan en la colonia San José del Pino en cuyo barro jamás pusiste un pie. Ya lo decía el filósofo Savater que “para que los demás puedan hacerme humano, tengo yo que hacerles humanos a ellos; si para mí todos son como cosas o como bestias, yo no seré mejor que una cosa o una bestia tampoco”, al fin y al cabo “con la vara que midiereis seréis medido”.

Dígame usted, pues, si cercar las colonias de los pobres como si fueran corrales es ser humano, si agredir a los ciudadanos que te cuestionan y golpear fotoperiodistas es ser humano, si quitarles sus propiedades a los empresarios, despilfarrar el dinero de los contribuyentes, requisar y apresar niños, negarles la luz del sol a los convictos e imponerles penas perpetuas e infamantes, es ser humano. Ya me dirá usted si espiar las comunicaciones de los críticos y hacerlos presos políticos, es ser humano. ¿Acaso sería yo humano si teniendo el poder en mis manos mando apresar y saco desnudo y en cuclillas frente a la televisión al ex funcionario más cool del mundo, lo recluyo perpetuamente en una mazmorra donde no entra la luz del sol, y le raciono las comidas, por haber violentado los derechos humanos de los demás, por haber jugado al casino con el dinero público, por haber dado dos golpes de estado consecutivos al órgano legislativo y al judicial, desobedecido sentencias y alterado el Orden Constitucional o por haber favorecido los negocios de sus amigos y haber protegido a otros funcionarios señalados por actividades de narcotráfico, lavado de dinero y pactos con las pandillas? Yo sí soy humano, y en el caso hipotético de que sucediera algo semejante, apostaría por su reinserción social o su tratamiento clínico, pese al daño causado y al clamor popular de venganza.

No hace falta hacer un ciclo en la UCA para entender los fundamentos jurídicos y filosóficos de los Derechos Humanos, basta con no tener atrofiada la conciencia y el sentido común, basta con tener esos sentimientos morales que predicaba Adam Smith, o en su defecto, basta tener la humildad de reconocer que las instituciones jurídicas que se han forjado a lo largo de la historia tienen una razón de ser y son el producto de mentes y experiencias más valiosas que las de cualquier consumidor de achís que piense lo contrario. Montarse en la ola del respaldo popular no exime a nadie de romperse la crisma en los peñascos de la realidad; al contrario, satisfacer el deseo de venganza de una sociedad embrutecida por el resentimiento para ganar adeptos tiene altos costos no solo personales sino también sociales: por interpretar al Joker en la vida real nadie recibe un Óscar. ¿Qué ganaron al final de la jornada otros tiranos como Pinochet, Fujimori, Stalin, Mussolini, Gadafi, Hussein, entre otros tantos, con la represión, más allá de la mención sangrienta en los anales oscuros de la historia?

Pretender alcanzar la paz social instigando a las masas a pedir la sangre de sus hermanos es tan supinamente idiota como querer apagar el fuego con kerosén. Una política de seguridad basada en la represión y el soborno lo único que cultiva en la sociedad es resentimiento y corrupción, pero ya lo dice el refrán: qué sabe el burro de ir a misa… y de Derechos Humanos si no es humano.