La estrategia de Bukele consiste en utilizar su maquinaria propagandística para asociar a la Prensa, a la Comunidad Internacional y a la Oposición con las pandillas, pues si logra vender con éxito esta narrativa entre la población, consigue la justificación ideal para deshacerse de todos los que obstaculizamos su camino hacia la perpetuación en el poder. Su discurso no es fortuito como tampoco es fortuito que desde hace un año esté ocupado en fortalecer y complacer a la Guardia Nacional y a la Policía de Hacienda; como tampoco es fortuito que una vez tomada la Asamblea Legislativa haya suplantado al Fiscal General por uno servil a sus intereses que persiga como galgo a todos los adversarios del régimen; como tampoco es fortuito que se infiltre en los partidos de Oposición, que los fracture y los debilite financieramente; y como tampoco es fortuito que haya cambiado la plantilla ya corrupta del Órgano Judicial por otra más corrupta que falle a favor de los intereses del régimen; es bastante obvio que está preparando la antesala de la represión política y que está consolidando la dictadura. No es una novedad que los dictadores siempre preparen el terreno antes de acusar formalmente a sus adversarios políticos de ser criminales para poder encarcelarlos, torturarlos y desaparecerlos.
Bukele ha sido cómplice de los funcionarios de su gabinete que han sido acusados internacionalmente de pactar con las pandillas o de realizar actividades de narcotráfico y lavado de dinero. Irónicamente, a quienes ataca con toda la saña que le cabe en el cuerpo es a los que denunciamos estos crímenes. Es claro que su compromiso no es combatir el crimen, sino combatir a quienes los denunciamos. Si para conseguir su objetivo tiene que instaurar el Estado de Sitio y capturar arbitrariamente a quince mil personas, lo hará, pues para los sociópatas la humanidad del otro es irrelevante. Si por su decisión mueren o son enviados a prisión cientos de inocentes, el sociópata lo considerará un mero margen de error, un costo necesario, y ninguna cantidad de sangre derramada le impedirá disfrutar con mórbido placer de unas ricas papitas con kétchup y de jactarse de ello en Twitter.
Si las pandillas tienen la capacidad de masacrar civiles cada vez que se lo proponen es precisamente porque tal como lo ha afirmado la Prensa Internacional y el gobierno de los Estados Unidos, nunca fue prioridad para este régimen debilitarlas, sino simplemente negociar con ellas para venderle al público una seguridad inexistente. Agradecerle, entonces, al gobierno por supuestamente recapturar a los pandilleros beneficiados que incumplieron el pacto -llevándose inocentes de encuentro- es como aplaudirle a Ramsés por causar las Siete Plagas de Egipto. Nadie conseguirá reanimar los cadáveres de esos trágicos fines de semana que pudieron evitarse si el Plan Control Territorial no hubiera sido una farsa. Acusar luego a la Prensa, a la Comunidad Internacional y la Oposición de algo que es exclusiva responsabilidad del gobierno no es simplemente una irresponsabilidad, es un acto premeditado de aprovechamiento de la coyuntura causada por ellos mismos para eludir la responsabilidad y para silenciar a la poca gente íntegra y valiente que se atreve a denunciarlos.
Pero, ¿por qué este afán ansioso del déspota por acabar con una Oposición que, según él, es tan débil e insignificante? Porque sabe perfectamente que no puede sostener la carpa del circo por mucho tiempo y desea que cuando la verdad se haga patente y el gobierno caiga en default y sobrevenga la crisis, la gente no tenga a quién acudir para organizarse y enmendar los errores que cometió a partir del 2 de febrero del 2019. Quienes aún no hemos sido vencidos por el miedo y el acoso sabemos que para conseguir sus objetivos políticos el régimen amenazará nuestra integridad física y nuestra dignidad – de hecho, ya lo está haciendo-; pero ignora completamente que el soborno o la represión no pueden comprar nuestro silencio.