Marzo de 2020. Aparecen los primeros casos de coronavirus y Bukele suspende la libertad de tránsito y de reunión, decreta cuarentena domiciliar obligatoria y ordena que la gente que incumpla la cuarentena sea enviada a centros de confinamiento. Nadie sale de su casa, salvo emergencia, porque, para Bukele, la vida de los salvadoreños vale más que la economía. Condena enérgicamente ese “deseo mórbido” de la Oposición de que la gente muera infectada por el virus; y, en aras de proteger heroicamente al pueblo salvadoreño de la perversidad de la Oposición decide incumplir todas las resoluciones de la Sala de lo Constitucional.
Octubre de 2022. Quinta ola de contagios. Nadie sabe con certeza cuanta gente infectada hay, cuántas variantes circulan, cuántos pacientes han muerto. Las estadísticas -reales- están escondidas en alguna gaveta del despacho presidencial. En los buses y microbuses del transporte público ya no cabe otro cristiano. El estadio Cuscatlán rebalsa de almas con el aliento al aire cada fin de semana, esperando la llegada de un nuevo artista. El gobierno ya no exige mascarillas, ni distanciamiento social, ni ordena cuarentenas o cercos sanitarios… aunque las variantes sean más letales que las de hace dos años. En octubre del 2022, parece, pues, que la vida de los salvadoreños ya no vale más que la economía y que Bukele decidió obedecer a esa Oposición que tenía el deseo mórbido de que la gente muriera de paros cardiorespiratorios en las camillas de los hospitales.
Después de cientos de fallecidos, de cientos de millones de dólares despilfarrados o desaparecidos, de decenas de compras públicas fraudulentas, de cientos de personas recluidas en campos de concentración, de cientos de violaciones a derechos constitucionales, de cientos de abusos militares y policiales, de millares de insultos y descalificaciones en las redes sociales, ya nadie cree que sea necesario utilizar a la Fuerza Armada y decretar toque de queda para obligar a la gente a permanecer en sus casas y enfrentar el covid. Si usted ve las cadenas nacionales de hace dos años descubre que aquellos desgarramientos de vestiduras eran puro teatro barato para justificar abusos de autoridad.
Henos aquí de nuevo. Las masas impresionables y asustadizas, aturdidas por el ruido de las redes sociales cual cardúmenes de sardinas, atribuyen la disminución de la criminalidad al Régimen de Excepción, del mismo modo en que creyeron que las brillantes estadísticas del Covid eran obra de las cuarentenas y los cercos sanitarios y no de los maquillistas e ilusionistas de Casa Presidencial. En conclusión, no aprendieron nada de la manipulación y los chantajes gubernamentales utilizados durante la pandemia para obtener más poder. De este modo, el Régimen pudo lucrarse de la creencia supersticiosa de las masas en el poder milagroso de la represión estatal para convertir el miedo, la represión y el control social en el estilo de respuesta ante cualquier problema, logrando así incrementar el espionaje gubernamental, la capacidad armamentística de la milicia y la capacidad sugestiva de su maquinaria propagandística.
Si uno observa atentamente la propaganda oficial en los medios de comunicación y las redes sociales, puede advertir esa fijación obsesiva, monomaniática, de Bukele de resolverlo todo con un ejército compuesto de camarógrafos y soldados. ¿Qué significa esta adicción a exhibir ante nuestros ojos el poderío de las Fuerzas Armadas y a abusar de los Regímenes de Excepción como solución infalible a todo? ¿Cuál es el mensaje subliminal que le envía a usted una persona que le habla con un revólver cargado en la mano? ¿Es un mensaje de amistad o de dominación?
¿Cuál es el afán de hacernos creer que debemos permanecer perpetuamente bajo regímenes de excepción? Permítame explicárselo con la fábula del Granjero y la plaga de langostas. Había una vez una plaga de langostas que había invadido un maizal. El agricultor, meditando cómo deshacerse de las langostas, pensó: si crío cuervos, acabaré con la plaga. Dicho y hecho: en poco tiempo habían desaparecido los langostas… Pero también desapareció el maizal porque los cuervos acabaron a la vez con la plaga y con la cosecha. Dicen los campesinos que cuando el agricultor quiso echar a los cuervos de la parcela, éstos le sacaron los ojos. De ahí el origen de la expresión: «cría cuervos y te sacarán los ojos».
Estudiemos la moraleja de la fábula: el agricultor es el pueblo salvadoreño, el maizal es la riqueza del país, la plaga son las pandillas, los cuervos son los funcionarios del gobierno acusados internacionalmente de estar vinculados con el crimen organizado, realizar actividades de lavado de dinero y de narcotráfico, o, en últimas, de despilfarrar el dinero público (lea las notas de los periódicos internacionales). Los cuervos son ese régimen rapaz que tiene a su servicio a los cuerpos represivos del estado y que no abandonará el maizal hasta no acabar con la cosecha, y que, cuando querramos expulsarlo mediante elecciones, nos sacará los ojos fácilmente gracias a que les dimos todas las armas institucionales para ello. ¿Qué pretenden estos cuervos con los regímenes de excepción: erradicar la plaga o acabar con el maizal? Haga la prueba, intente sacarlos y si insisten en usurpar el poder hasta el 2024 y lanzan sonoros graznidos es porque el apetito los ha corrompido. ¿Por qué ese afán desmedido de reformar la Constitución primero, de decapitar a la Sala de lo Constitucional después y de promover la reelección presidencial, finalmente, aún a sabiendas de que está terminantemente prohibido. ¿Por qué se aferran tanto los cuervos a la milpa?
No faltarán necios que concluyan que estamos a favor de las langostas porque nos oponemos a que el pueblo críe cuervos, pero usted y yo les diremos que esa conclusión, o bien es una estupidez o es una patraña difundida por los que están ocupados en terminar de trasquilar la alpaca. Es EVIDENTE que a todos nos afecta la plaga de la delincuencia, pero los que hemos visto la experiencia de las granjas vecinas, no erradicamos a una plaga hospedando a otra que sea más agresiva que la primera y que termine sacándonos los ojos. La fábula que le acabo de contar es una interacción ecológica conocida como «depredación interespecífica» y es la historia de todas las dictaduras latinoamericanas: entre la clase política se forman bandadas de cuervos que se venden como controladores de plagas, y a los que les conviene que los campesinos se desesperen y que, dominados, por el odio, el miedo y la impotencia, les permitan apoderarse de los cultivos; sometiendo así a los ciudadanos a regímenes de excepción tiránicos donde estas aves rapaces de saco y corbata tienen carta blanca para devorarse enteramente la cosecha. ¿Quiere pruebas? Obligue a los cuervos a que rindan cuentas: ¿a cuánto ascienden las pérdidas de bitcoin? ¿por qué el afán de congelar los retiros anticipados de pensiones? ¿por qué han ocultado la información pública y el destino de los fondos de la pandemia? ¿por qué no se redujeron los privilegios legislativos? ¿por qué no investigan a los funcionarios acusados de narcotráfico y lavado de dinero por el gobierno de los Estados Unidos?
Estimado granjero que aprecia sus maizales: si sus pájaros se comportan como aves rapaces, puede estar seguro de que no son golondrinas.