Y entonces, los especialistas, los que se ganan la vida diagnosticando los problemas del país, dirán que las causas de nuestros problemas radican en la baja escolaridad de la población, en la desigualdad económica y social, en la sobrepoblación, en la falta de acceso a servicios de calidad, en la corrupción estatal, en el efecto nocivo de las remesas sobre los hábitos de los salvadoreños, etc., etc… y luego proyectarán sus diapositivas y sus cuadros de Excel con sus complejas investigaciones, frente a un público selecto en un hotel capitalino, luego de lo cual vendrán las ovaciones… y el coctel… y la cena… y la foto grupal… y la selfie…y el diploma o la placa con las respectivas congratulaciones…Y luego, la prensa y los medios de comunicación buscarán con avidez a los autores de estos esplendentes diagnósticos para que figuren en las entrevistas y en las columnas de opinión… Y así hasta que vuelva a aparecer otra investigación haciendo conclusiones que vienen siendo las mismas pero con diferentes palabras y un poco más de datos…
Nuestra realidad no ha de cambiar ni el punto sobre la “i”, como no ha cambiado desde los hace más de quince años que tengo de escuchar a los especialistas en los programas de opinión, hablando hora tras hora de los problemas de El Salvador; no cambiará porque el único combustible capaz de cambiar una realidad es el deseo real y profundo de cambiar esa realidad. Todo intento de erradicar los problemas del país que no vaya acompañado del verdadero deseo de erradicarlos, es un desperdicio de recursos, y una farsa… simplemente un modo de vida. Porque lo cierto es que, vuelto cada uno a su casa a ocuparse de su vida, luego de quitarse el saco para volver a ser cada uno lo que realmente es, el académico ovacionado en el hotel es un narcisista que no ha mostrado nunca tener empatía por nadie más que por sí mismo. El corro intelectual, que se devolvió las salemas y las zalamerías después de la presentación, jamás ha tenido una aproximación real con aquellos cuyos problemas parece haber resuelto en doscientas páginas con esquemas y pies de página; no sabe lo que realmente es la pobreza y realmente no le importa, porque, de saberlo, preferiría dar manutención a un niño de la calle en lugar de patrocinar una campaña electoral. La realidad no cambiará porque quien tiene la posibilidad de cambiarla, prefiere repartir comida a los indigentes el fin de año antes que dejar de cobrar a sus clientes el trescientos por ciento del valor de lo que vende; porque prefiere repartir frazadas en las marginales cuando se viene el frente frío antes que desprenderse de algunos de los doscientos inmuebles que le pudo contar el registrador de la propiedad, porque nunca pensó sobre eso que diría Alejandro Sanz en una de sus canciones: “dar solamente aquello que te sobra nunca fue compartir sino dar limosna”.
Entonces, el verdadero problema, el problema original, la causa de las causas, no es ninguno de los que aparecen enunciados en el informe anual o en la investigación, el verdadero problema comenzó en la casa de los que han asumido las riendas de ese cambio que no ha de llegar; comenzó en el hogar donde el pequeño líder aprendió a ser hipócrita, y a hablar de solidaridad sin ser solidario, y a hablar de igualdad siendo cómplice de la desigualdad, y a condenar la corrupción sin renunciar a sus privilegios, y a hablar de colaboración cuando su vida no es más que una competencia encarnizada por el reconocimiento social. El verdadero problema es que no se pueden resolver con ciencia los problemas de conciencia… el verdadero problema es que mientras no comprendamos que una sociedad sin ética no puede vivir mejor que una manada de lobos, y mientras no seamos capaces de interiorizar que una sociedad no puede ser mejor de lo que son cada uno de sus individuos, El Salvador seguirá siendo el “sufrido pueblo” de San Romero de América.